La línea de la vida: Capítulo 1 "Larga vida al rey"
- Buenos días, ¿qué tenemos?
- Buenos días, señor. Creía que vendría el inspector Gómez, teniendo que su padre...
- Bah, era ya joven. El muerto al hoyo y el vivo al boyo, ¿no?
- Ya, pero siendo su padre.
- Mire no quiero hablar del tema, he venido a trabajar.
- Lo siento señor. Pues eso, a este pobre desgraciado le han pegado un tiro en la cabeza. Hay pequeños signos de forcejeo. Hemos encontrado la huella de una mano. El asesino carecía de dedos corazón y meñique en la mano izquierda.
- ¿Qué hay de la victima?
- José Prieto. Un simple carpintero autónomo. 47 años. Los vecinos dicen lo de siempre: que si se llevaba bien con todos, que si no habían visto nada extraño estos días.
- ¿Familia?
- Un hermano, Luis Prieto. Tiene una librería en Gonzalo Gallas. Los padres muertos, solteros, nunca ha estado casado...
- ¿Me puedes explicar cómo un hombre que no deja ninguna otra pista no es tan listo como para ponerse unos guantes?
- No sé señor, supongo que tendremos que pillarlo para preguntárselo.
- Si encuentras algo nuevo, llámame.
- Entendido.
- Venga, novato, vamos a visitar al hermano.
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El inspector y otro hombre cogen el coche y se van hacia la casa del hermano. Una vez aparcados, salen del coche.
- Hay que joderse con las obras. Si me llego a acordar vengo andando. Bueno, chaval, ahora eres subinspector, pero estate callado y aprende.
- No se preocupe, con lo atacao que estoy...
- Llamo.
- ¿Dígame?
- ¿D. Luis Prieto?
- Sí.
- Policía Nacional.
- Pasen.
Suben por las escaleras al 1º.
- Buenos días, señor Prieto, éste es el subinspector Pérez y yo el inspector Avellaneda.
- Encantado.
- Lo primero que queríamos hacer es expresar nuestro pésame.
- Muchas gracias.
- ¿Sabe usted de alguien con quien tuviera algún problema su hermano?
- Ni idea. El negocio le iba bien, nunca falló a los proveedores. No sé quién podría intentar matarlo. Lo único que se me ocurre es que sea un psicópata y que simplemente le haya tocado a mi hermano.
Tras algunos minutos de charla, los policías se van.
- Si se le ocurre algo, o encuentra algo, o le llama alguien, no dude en llamarnos.
- Vale. ¿Me puede decir su nombre de pila por si tengo que preguntar por usted?
- Juan, Juan Avellaneda Gutiérrez. Aquí le dejo m número.
- Juan Avellaneda... Muchas gracias.
Por la tarde, Juan recibe una llamada.
- ¿Diga?
- ¿Inspector Avellaneda?
- Sí, ¿con quién hablo?
- Perdone que no diga mi nombre por protección. Le llamo porque dispongo de información sobre el asesinato de José Prieto. Pero preferiría dársela en persona, y si puede venir solo, mejor.
- Por supuesto, ¿dígame dónde puedo encontrarlo?
- Venga sobre las 4 de la noche al Mirador de San Nicolás. Lo esperaré allí.
- Vale.
Sólo Juan aceptaría una invitación con tanta mala pinta. Pero él es confiado. A las 4, puntual, un hombre llega al mirador, en el que sólo hay unos 3 jóvenes. El hombre se le acerca.
Juan lo sigue, y entran en una casa. En ella, el hombre abre una trampilla. Al bajarla, tras el pasillo, hay una habitación donde se encuentra un hombre con aspecto de ser muy anciano, diríase hasta centenario, en una silla de ruedas, y un hombre: Luis Prieto.
- Señor –dice Prieto-, este es el inspector Juan Avellaneda, el hombre del que le hablé.
- Buenos días, inspector.
- ¿Quién es usted, y qué hace Prieto aquí?
- Puedes llamarme Lucio. Luis es uno de mis hombres, al igual que lo era su hermano. Justo por ello creo que fue asesinado.
- Entonces me mintió.
- No juzgue a Luis, tan sólo me defiende.
- ¿De qué? ¿Quiénes son ustedes? ¿Una maldita secta? ¿Quién podría estar en su contra?
- No, inspector, no somos una secta, y no sabemos quién está detrás de mí, pero está claro el motivo. Alguien busca encontrarme y está haciendo todo lo posible por encontrarme.
- ¿Qué motivo lo lleva a esconderse?
- Una pregunta. ¿Por qué estoy vivo?
- Déjese de rollos filosóficos conmigo.
- No me entiende. No es nada filosófico. Usted sabe perfectamente por qué vive, y no le hace falta preguntárselo: su padre se tiró a su madre, han pasado 40 y pocos años, goza de buena salud y no ha tenido ningún incidente grave, a pesar de ser policía. Sin embargo, si usted llegara a cumplir los 300 años, o ahora mismo tuviera el aspecto que tiene un hombre de unos 30 años, ya empezaría a preguntarse algunas cosas.
- ¿Qué demonios quiere decir?
- Lo que le estoy contando. Todos los hombres tenemos una línea de la vida que define nuestro momento en la vida en función del tiempo transcurrido. En todas las personas esa línea es recta, y se dirige hacia la muerte. La mía está claramente distorsionada.
- Mire, o me da pruebas que me puedan ayudar en el caso Prieto, o me estoy yendo ahora mismo. ¿Tiene algo?
- No, pero...
- Entonces me voy.
- Juan, nosotros tenemos la respuesta a la pregunta que llevas haciéndote toda tu vida. ¿Vas a desperdiciar la oportunidad de obtenerla?
- ¿Sí? ¿Y qué pregunta es esa, capullo?
- ¿Quién era Francisco Avellaneda?
- ¿Qué ha dicho?
- Ésa es la pregunta que llevas haciéndote toda tu vida. Desde que eres un crío has querido saber quién era tu padre.
- ¿De qué demonios conoce usted a mi padre?
- Él trabajaba para mí. Como matemático, me ayudó a encontrar un modelo gráfico para mi vida.
- ¿Un modelo gráfico?
- Sí, lo que he dicho antes: una línea de la vida.
- Me toma el pelo. De alguna manera se ha enterado de que murió mi padre hace poco e intenta utilizarlo.
- No, Juan, todo lo que digo es cierto. Ésa es la razón por la que siempre estaba ausente, y cuando pasaba por tu casa no atendía a nada ni a nadie. Tu padre entregó su vida al servicio de nuestra organización. Él creía que si podíamos resolver mi caso, podríamos revolucionar el Mundo entero.
- ¿Qué demonios quieren de mí?
- Un inspector de policía de los mejores, hijo del hombre que más se acercó a una respuesta a mi vida, y con la necesidad innata de conocer a su padre y de ayudar al Mundo. ¿Qué demonios no querríamos de ti? Tú eres nuestro futuro, nuestra esperanza. Tu puedes acceder a la información que guardó tu padre, a la vez que puedes usar el asesinato de Prieto José para intentar encontrar al asesino de tu padre.
- Mi padre murió de un infarto. La autopsia no detectó ninguna toxina.
- Tu padre fue asesinado, Juan. No sabemos cómo pudo hacerlo, pero lo intentó igualmente con José. Sin embargo, él era unos 20 años más joven que tu padre. Lo vio venir, y se pudo defender, aunque tampoco le sirvió de nada.
- ¿Cómo puedo fiarme de vosotros?
- Mira en los archivos de tu padre. Allí está todo. Eso sí, te pedimos que nos los traigas, para que podamos continuar su labor.
- Está bien, os traeré lo que queráis, y continuaré la investigación porque ése es mi deber. Pero no tendréis nada más de mí, y espero que cuando necesite información, la obtenga.
- Es todo lo que necesitamos.
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